Eran
como las 9 de la mañana y ya había gente esperando en aquel muelle.
El mismo que algo más de un mes antes, nos había dado la bienvenida
a la isla que sería nuestra casa.
De
todos los pensamientos que me acompañaron en el largo trayecto de
Managua a Rama Cay aquella madrugada, jamás pensé que sentiría
aquello. Cuando me preguntan, lo llamo –sentimiento de
pertenencia-, porque creo que es eso. Parecido a lo que se siente
cuando regresas a casa y abrazas a los tuyos tras un largo periodo
fuera, acompañándote de olores, sabores, imágenes… que te
transmiten la tranquilidad del haber llegado a casa.
En
cierto modo así me sentí cuando llegué a Rama Cay la segunda vez.
Los niños, todos, nombrándote con esa sonrisa inocente y pícara, a
la espera de que únicamente tú se la devuelvas. Tu “familia”
inquieta porque quiere explicarte que te han arreglado (aún más) la
habitacioncita donde duermes y te han acomodado espacio para tus
ropas y cuadernos.
Salir
a la terracita donde a diario, cuando amanece, tomas café mientras
miras como la bahía se va aclarando… había llegado a “casa”.
No
es tarea sencilla trabajar en una comunidad indígena, con un idioma
distinto y unas costumbres tan diferentes a las tuyas. Pero pienso
que eso es lo bonito, lo que llena de encanto la labor de conseguir
que el modelo del proyecto pedagógico de la AEPCFA sea una realidad.
¿Cómo
podemos ser tan diferentes y, sin embargo, tener la misma concepción
de lo que es la felicidad? A mi parecer, ese es el éxito y la
maravilla de la Pedagogía del Amor desarrollada en la isla.
Felicidad
es que una señora de 60 años esté empezando a dividir por dos
cifras y te pide salir a la pizarra. Está en 3º y 4º grado y si
todo va bien, en pocos meses recibirá su diploma.
Ser
feliz también es ver como doña Celina, enferma de los huesos, baja
diariamente la lomita de la cancha para acudir a su punto de 1º y 2º
grado en el instituto. Con su bolsita llena de materiales y con la
cara de ilusión de un niño cuando estrena colores nuevos al iniciar
el curso.
Y,
por supuesto, la felicidad es que doña Benicia no aparte la mirada
de la pizarra y de su facilitadora, mientras mantiene a su bebé
pegada al pecho porque la está alimentando, y no sólo de leche
materna, sino del ambiente y del teatro pedagógico más encantador
que ofrece la facilitadora Senovia diariamente en su casita.
Esto
es amor. Y tanto que es amor. Pero, como dirían en mi tierra, -no
todo es color de rosa- y hay dificultades, claro que las hay, y
muchas. Si no, ¿qué sentido tendría que tres españolas
estuviéramos por parte de la AEPCFA en la isla?
Del
amor dicen, y es cierto, que hay que regarlo todos los días, como a
las flores más preciosas. Y esa es la mayor dificultad; mantener
viva la llama y el amor de toda la comunidad hacia la educación,
hacia la alfabetización, hacia el avance y la adquisición de nuevos
conocimientos, hacia el desarrollo. Llamar día tras día a la puerta
de alumnas y facilitadoras para volver a prender la mecha por la que
tanto han trabajado y están trabajando.
Y
en los momentos más difíciles, cuando el esfuerzo no tiene la
recompensa esperada, sólo queda apretar el puño, susurrar “QUE SE
RINDA TU MADRE” y volver a pelear, pues al día siguiente volverán
los frutos y volverás a entender por qué estas a miles de
kilómetros de tus seres queridos y –enamorada- de esta locura de
convertir la oscurana en claridad del pueblo indígena de Nicaragua.
Esto
es amor. Y del amor nacerá la mejora de la calidad de vida de la
isla y de sus gentes. Nacerá una isla azul y limpia. Nacerá una
escuela de cultivo para que mejoren su alimentación y puedan
producir. Nacerán las ganas de aprender a leer y escribir de las 46
personas que aún no saben. Nacerá que, quienes aprendieron a leer
hace poco, ya se atrevan a analizar y escribir pequeños textos y a
hacer operaciones cada vez más complejas.
No
quisiera terminar estas líneas sin referirme a la inmensa labor que,
por supuesto, mantiene la AEPCFA desde hace 35 años por y para la
alfabetización del pueblo nicaragüense. Maestros del puño en alto
que jamás dejan de enseñar a quienes deciden caminar de su lado;
aprendiendo de los campesinos y pescadores; de mujeres y hombres que,
quizás no sepan leer un escrito, pero albergan en ellos tanta
sabiduría y experiencia, que son capaces de transmitir en una mirada
o una frase, más que cualquier manual de educación popular.
Aplaudir
también desde aquí a las dos compañeras con las que he tenido la
enorme suerte de coincidir en esta aventura. Victoria y Teresa.
Incansables. Infatigables. Enamoradas. Amigas y compañeras. Razones
más que de sobra por las que seguir trabajando aun cuando flaquean
las fuerzas. Capaces, tanto de enamorar a quienes llevan evitando
alfabetizarse un año, como de volar machete con la misma energía
y habilidad de un campesino.
Pensar
en esas –locas y locos- que aún andan caminando por el mundo
enamoradas de esta –locura-, es pensar en el amor más puro y
sincero que se pueda tener por el ser humano.
GRACIAS.
Lorena
García Robles.
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Nota de la Redacción.- Gracias a ti Lorena, gracias a Victoria y Teresa por vustra pasión y vuestro compromiso. Lo dais todo sin pedir nada a cambio, sois como esos fuegos que nos recuerda Galeano: arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende. Desde este otro lado del atlántico os recordamos y os deseamos suerte y que vuestro corazón siga tan generoso y grande como hasta hoy. Os queremos mucho.
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Nota de la Redacción.- Gracias a ti Lorena, gracias a Victoria y Teresa por vustra pasión y vuestro compromiso. Lo dais todo sin pedir nada a cambio, sois como esos fuegos que nos recuerda Galeano: arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende. Desde este otro lado del atlántico os recordamos y os deseamos suerte y que vuestro corazón siga tan generoso y grande como hasta hoy. Os queremos mucho.
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